miércoles, 1 de septiembre de 2021

En la sagrada hoguera

El 26 de julio de 2020, en plena cuarentena, presenté mi nuevo libro, En la sagrada hoguera.. Es un libro que habla del fuego interior, ese que nos alienta y nos sostiene y, mucha veces, nos explica. Hoy les dejo un micropoema que abre el libro. Hogueras He sabido incinerarme en hogueras ajenas/ desintegrar mis palabras en los silencios de los otros./ . Cómo encontrar entonces/ mi propia voz/ mi propio fuego/ el lugar sagrado donde nazco/ Ana María Oddo

jueves, 21 de mayo de 2020

La narración oral: cuatro elementos


Ana María Oddo
Febrero 2016

“Scherezada aplaza su ejecución gracias a los cuentos que cuenta. Yo la imagino así: a la luz de la luna contando cuentos que entretengan al sultán, la técnica del tigre en el aire, del suspenso; muchas veces corta el relato, dice: “lo seguimos mañana”. Sobre todo, ella siente un vientito en el pescuezo, el rey le está estudiando el pescuezo y eso significa que puede aburrirse y si lo aburre la mata. Entonces, el primer mandamiento del arte de narrar es: prohibido aburrir; esa es la enseñanza que ella nos dejó a quienes pensamos que vale la pena contar historias que nos permiten conocer el mundo que habitamos; los científicos piensan que está hecho de átomos pero yo creo que está hecho de historias”.
Eduardo Galeano
Contar historias es una actividad comunicacional esencial en el ser humano y se encuentra fuerte- mente ligada al desarrollo del lenguaje. Desde tiempos inmemoriales, el hombre ha querido comunicar los hechos, los momentos, las circunstancias que lo han asombrado o conmovido y de este modo compartirlos con sus pares. A pesar del enorme desarrollo cultural, social y tecnológico, contar los sucesos cotidianos, vividos o imaginados (o una combinación de los dos) sigue siendo en la actualidad una necesidad humana vital. Hay numerosos ejemplos de personas sometidas a situaciones extremas de aislamiento y soledad que han logrado sobrevivir gracias a que han forzado su actividad comunicativa a extremos que parecerían des- cabellados para cualquier observador externo: desde “dar clase” a tres trozos de madera clavados en la tie- rra (Óscar Tulio Lizcano, secuestrado durante ocho años en la selva colombiana) hasta relatar a la cámara las aventuras del día, pasando por la “charla” amigable con una mascota. Comunicar, comunicar, comunicar. Comunicar para vivir. Contar la vida para darle sentido, para trasmitir la experiencia, para dejar rastro. Y en esa búsqueda de sentido, en esa interacción se ubica la narración oral.
Desde este punto de vista, en cuanto analizamos esa situación comunicativa, descubrimos al menos cuatro elementos: el cuento, el narrador, el público, la narración.
El cuento
En un sentido amplio, podemos incluir en esta categoría todo aquello que relatamos a diario: una noticia periodística, una anécdota, un relato histórico, aprendido en ámbitos académicos o recibido por la tradición familiar o comunitaria, una historia inventada. Cada uno de estos tipos textuales demandará un ám- bito y un modo de transmisión. Si pensamos en un enfoque más estricto, podemos fijar la atención en los dos últimos tipos mencionados: relatos de tradición oral y relatos de autor o literarios. De este modo accede- mos a una de las más globales clasificaciones del cuento, que tiene que ver con su origen. Los relatos tradi- cionales son aquellos que se transmiten de generación en generación en forma oral. Son relatados por el narrador de una comunidad pero también por los padres o abuelos a los más jóvenes. No se reconoce un único autor ya que a medida que es transmitido es posible que se modifiquen algunos aspectos, ciertos ras- gos de los personajes, la ambientación. Pero la esencia de la historia permanece. Junto con los mercaderes y navegantes, los cuentos tradicionales o populares viajaron de un lugar a otro. Por eso es posible encon- trar, por ejemplo, una Cenicienta china o vietnamita y hasta egipcia. Su estructura narrativa responde a lo que se ha denominado “camino del héroe”, es decir, un recorrido argumental en el que el personaje sufre una serie de pruebas, encontrando en su trayecto ayudantes y oponentes, y al cabo de las cuales resulta triunfador. Los personajes son planos, es decir, no tienen tratamiento sicólogico ni una personalidad defini-
1
ble sino que son funcionales a las acciones que deben realizar. Son tipos. En cuanto al punto de vista del na- rrador, siempre están narrados en tercera persona omnisciente. Los cuentos populares presentan entre sí enormes similutides aunque provengan de distaintas regiones del planeta. Esto pareciera “dar testimonio de una génesis y de una evolución común a todos los pueblos”1
Los cuentos literarios, en cambio, responden a la inventiva de un autor particular. El esquema na- rrativo no es fijo, sino que admite todas las variantes posibles, incluso que la trama altere el orden cronoló- gico de la historia. En general, los autores eligen otorgar una personalidad, un origen y un carácter a sus personajes para hacerlos más creíbles frente a los lectores. Por otra parte, el punto de vista del narrador ad- mite un abanico de posibilidades: primera persona protagonista, primera persona testigo, segunda persona, tercera testigo, etc. Todas estas características hacen que los cuentos literarios se mantengan mucho más fieles a su versión original. En general son leídos y también pueden ser narrados, pero es obligación del na- rrador oral mencionar el título y el nombre del autor al finalizar.
A pesar de sus diferencias, estos dos tipos de cuentos tienen algo en común: la ficción. Efectiva- mente, realistas o fantásticos, ambos proceden de la inventiva de uno o varios creadores, en su totalidad o en algunos aspectos. Por ejemplo, muchos cuentos literarios han surgido de noticias periodísticas o de anécdotas personales. Aún en esos casos, si bien están inspirados en hechos reales, hay detalles, circuns- tancias, diálogos, nombres, matices inventados o agregados por el autor para hacer más interesante la histo- ria. Eso se llama ficcionalizar. Muchas veces el narrador oral cuenta sus propias anécdotas o historias de vida y aplica este procedimiento, la ficcionalización. Ana María Bovo, actriz, narradora y escritora, emplea frecuentemente este recurso para componer sus relatos, en los que cuenta episodios de su vida familiar. Este componente ficcional es fundamental para determinar la esencia del cuento. Benedict Anderson (histo- riador, politólogo) dice que la ficción es el camino más directo hacia lo esencial. Una prueba de ello podría ser tal vez el hecho de que el astronauta ruso Yuri Gagarín confesara que descubrió su vocación leyendo a Julio Verne. En lo personal, puedo dar fe de que, habiendo estudiado en la escuela secundaria y en el profe- sorado el período del Renacimiento europeo, alcancé su comprensión, al punto de poder desarrollar imáge- nes propias, después de leer Bomarzo, de Manuel Mujica Láinez. Y algo parecido me sucedió con la Edad Media durante la lectura de El unicornio, del mismo autor. Es que la ficción también conforma el pensa- miento, ya que aporta dosis de belleza e imaginación necesarias para la creatividad. Daniel Munduruku, es- critor e ilustrador brasileño dice que los cuentos nos ayudan a “volar en muchas direcciones sin salirnos del lugar en el que estamos”. Para Juan Villoro, tienen la función de completar un mundo mal hecho e incom- pleto. Michel de Certeau opina que “añaden a la ciudad visible las ciudades invisibles y le otorgan una pro- fundidad desconocida”.2
El narrador
En todo grupo humano, la familia, la clase, los compañeros de trabajo, los vecinos, los amigos, siem- pre hay alguien que se destaca por su forma de contar, de transmitir, incluso de interpretar la inquietudes de los demás. Alguien que asume, porque le es entregada o porque la toma espontáneamente, la voz del grupo. Es el que sabe decir mejor, aquel que parece encontrar las palabras justas, el tono adecuado, el matiz nece- sario. Y provoca así en los demás el humor, la emoción, la reflexión. Generalmente sabe intuitivamente con- tar las anécdotas comunes, vividas o aprendidas, de un modo lúcido y dinámico. Logra así evocarlas en la imaginación del oyente con tanta intensidad que las transforma en experiencia. Es el narrador espontáneo, natural, depositario de los saberes de una comunidad y conocedor de sus aspiraciones.
En las distintas culturas el narrador tiene un rol esencial: transmitir la tradición, ser nexo entre el pa-
1.-Weinschelbaum, Lila. Por siempre el cuento, Buenos Aires, Aique, 1997.
2.Daniel Munduruku, Juan Villoro y Michel de Certaeau citados por Michèle Petit en Leer
el mundo, Bs. As., Fondo de
Cultura Económica, 2015.
2
sado y el presente, interpretar la realidad a la luz del conocimiento histórico de su comunidad. Es el chamán, el sabio, el consejero. El que se ha formado escuchando a otros, generalmente sus mayores, muchas veces su propio padre. Tal la experiencia del narrador camerunés Boniface Ofogo, cuyo padre era el encargado de dirigir las asambleas de su comunidad, narrar los hechos indispensables para su desarrollo y luego otorgar la palabra a quienes quisieran hacer uso de ella. De él aprendió el valor de la palabra en el seno de la comu- nidad como vehículo privilegiado para resolver conflictos actuales teniendo como inspiración el legado de los ancestros, transmitido por la “voz de la comunidad”, el narrador. Pero, según él mismo nos cuenta, los rela- tos de ficción, los cuentos, se aprendían y se transmitían también en el hogar:
“En la mayoría de las culturas [africanas] antiguas, la narración oral de cuentos ha sido tradicionalmente una ac- tividad familiar, reducida al hogar, en la que los miembros del clan se reunían en torno a un elemento simbólico o unifica- dor, como el fuego o el árbol de la palabra. Esta vieja actividad, propia de la especie humana, contribuye a reforzar la pertenencia al grupo, a la vez que nos reafirma en nuestra condición de humanos como seres sociales”.3
El hogar, la comunidad, instituciones fundadas sobre dos ideas estructurantes e irrenunciables: el valor de la palabra y la importancia del compartir. Y allí se inserta el narrador, el encargado de reforzar lazos, de mantaner vivas y actuales las tradiciones que les dan sentido, mediante el recurso más accesible, más entrañable, más comprometido: compartir la palabra.
Pero también está el narrador escénico, aquel que se prepara mediante una formación sistemática para ejercer el oficio con una finalidad determinada: narrar en el aula, montar espectáculos de narración para niños o adultos, convertirse en un narrador social (cárceles, hospitales, geriátricos, hogares de niños o ado- lescentes). Es el narrador urbano, que se mueve en otros ámbitos, con otros códigos, con otros públicos, pero manteniendo viva la misma llama interior: el deseo de comunicar. Es que no se trata de dos especies diferentes sino de dos modos de desarrollar la profesión. Toda técnica aprendida, todo conocimiento recibido deberá apoyarse en esa condición de narrador espontáneo que debe tener quien desee pararse frente a un público y decir su palabra.
Es importante reflexionar sobre esta última idea. Porque aquel que dice, sea quien sea, en cualquier circunstacia, se dice. Los temas, las palabras, la sintanxis, el énfasis, la organización de las ideas, el enfo- que que elegimos, dice más de nosotros mismos que del asunto tratado. El narrador, espontáneo o escé- nico, no solamente expone un relato frente a su público, también, y prioritariamente, se expone él mismo, con sus incertidumbres, sus dolores, sus certezas, sus esperanzas, sus emociones. Hay un mensaje perso- nal, una forma de involucrarse que el narrador transmite y que está más allá de su talento artístico o de su experiencia, porque es constitutivo de su ser. Dice Boris Cyrulnik:
“Entre los millares y millares de imágenes que me rodean desde mi nacimiento, entre los millares y millares de palabras en las cuales me empapo desde que nací, solo retengo algunas imágenes y algunas palabras que constituyen mi identidad. Defiendo ese casi nada porque es un relato de mí. Ese relato es una quimera. En la quimera todo es verda- dero. Las alas son de águila, el cuerpo es de un león, la cabeza es de un toro. Todo es verdadero y, sin embargo, el ani- mal no existe. Entonces el relato que me hago de mí es la quimera que me hago de mí [...] ese relato de sí es lo que se ofrece a los demás”.4
Pero esas imágenes y esas palabras propias pueden ser trabajadas, ahondadas, confrontadas con nuevas experiencias, para obtener de ellas todo su potencial y hacer realidad el deseo de comunicar esas “ciudades invisibles” con belleza, con emoción y provocar así el encuentro con el otro.
Un ejemplo claro entre nosotros es Luis Landriscina: narrador espontáneo, supo acceder también a
3.- Boniface Ofogo Nkama, Una vida cuento, Madrid, Ministerio de Educación y Ciencia, Dirección General de Educación, Formación Profesional e Innovación Educativa, Secretaría General Técnica.
4.- Michèle Petit, op.cit
3
la técnica, a la formación actoral, para desarrollar su tarea sobre diversos escenarios, reproduciendo la iden- tidad del paisano de distintas latitudes y contribuyendo a estrechar los lazos de la comunidad: quienes lo es- cuchaban se sentían identificados con sus historias, reconocidos en sus personajes y comprometidos con los ambientes descriptos.
El público
A lo largo de estas reflexiones hemos aludido varias veces a la comunicación. Pensar en el narrador nos ha llevado a mencionar más arriba “el encuentro con el otro”, “quienes lo escuchaban”. Es que necesa- riamente se cuenta a otros y para otros. Siempre hay un público: multitudinario o reducido, espontáneo o preparado, siempre hay alguien escuchando la historia que quiere transmitir el narrador. Pero no es una es- cucha pasiva. El público interviene en la construcción de la historia, no solamente porque el cuento escu- chado activa ese “texto secreto escondido en nosotros” (Olivier Rolin, citado por Michèle Petit. 5) sino también porque su actitud o su condición matiza el desempeño del narrador. Un público entusiasta, emotivo, apático, compuesto por niños, adultos, ancianos, personas con problemas de salud o en situación de encie- rro pueden tener diferentes necesidades y requerir una actitud comunicativa diferente por parte del narrador. Si bien cada persona que escucha el cuento vive un experiencia personal, existe lo que Ana Pellegrín llamó “oído grupal”, es decir, una forma peculiar de reaccionar frente a las emociones que es propia de cada grupo y que tiene tanta entidad que genera que un mismo cuento contado por el mismo narrador ante públicos dis- tintos se desarrolle necesariamente de manera distinta.
Por otro lado, a diferencia del teatro en que los personajes dialogan entre sí, el narrador, aunque en- carne a algún personaje, se dirige al público, ya que es a él, y específicamente a cada uno en particular, a quien cuenta el cuento. Es un vínculo comunicativo “de tú a tú” en el que narrador y público se retroalimen- tan, generando “un efecto balsámico que se contagia de unos a otros”, como nos dice Boni Ofogo, quien
agrega: “Escuchar cuentos nos abre las puertas hacia un viaje interior, una mirada hacia nosotros mismos, nuestros miedos, debilidades, zonas sensibles, y también nos permite soñar”.6
A diferencia de otros países, como Colombia por ejemplo, donde los espectáculos de narración oral convocan a públicos multitudinarios, en la Argentina el número de asistentes suele ser reducido. Los festiva- les, que generalmente traen narradores de distinatas partes del mundo, logran reunir un número importante de personas. Pero fuera de esos ámbitos, entre nosotros la narración oral tiene un tono más intimista y se desarrolla generalmente en cafés, bibliotecas, librerías, plazas y en menor medida en salas de auditorios o teatros. Pero eso no es un obstáculo para compartir una buena historia. El espectáculo debe suspenderse solamente cuando el número de asistentes es inferior a uno. En los distintos grupos que he integrado más de una vez me ha tocado ofrecer no solo la narración sino también el despliegue de recursos técnicos (equi- pos de audio, músicos, etc.) necesarios para montar un espectáculo, a dos y hasta a una persona. Es que si esa persona llegó hasta allí en busca de nuestra palabra, nos está dando la oportunidad de experimentar la alegría de compartirla. Y no podemos desaprovecharla. Lo que Boni dice sobre “escuchar cuentos” vale exactamente para “narrar cuentos”.
5.- Michèle Petit, op. cit. 6.- Boniface Ofogo, op.cit.
La narración
A medida que avanzamos en estas consideraciones más difícil resulta separa los cuaro elementos propuestos al principio, ya que vamos viendo cómo se necesitan unos a otros. Al hablar del cuento, del na- rrador y del público hemos hablado también de la narración. Pero esta tarea, tan mágica, tan trémula (Ana
4
María Bovo), tan efímera, tan liberadora, tan sanadora, tan etérea y tan contundente al mismo tiempo me- rece algunas reflexiones específicas.
Narrar un cuento no es lo mismo que leerlo o dramatizarlo. Cuando leemos, aunque se trate de una lectura expresiva e interpretativa, siempre hay un elemento, el libro o la hoja de papel, interpuesto entre el lector y el oyente. Una dramatización obligaría a transformar el relato en continua acción, incorporar diálogos y, sobre todo, escenificarlo de modo que la interacción se produzca entre los actores. En la narración, en cambio, estamos contando una historia en forma directa, sin intermediaciones ni cuartas paredes, a un pú- blico que, como mencionamos más arriba, va construyendo el relato junto al narrador. Hay un contacto vi- sual, hay un vínculo entre miradas que van tejiendo la comprensión del relato, tanto a nivel del texto como del subtexto. Pero además, narrar, nos paguen o no por ello, es un regalo que hacemos a quienes nos escu- chan: transportarlos (y transportarnos) al mundo creado por el cuento, con sus emociones, sus sensaciones, sus expectativas.
Otra vez el gran Eduardo Galeano nos ayudará a reflexionar:
“Y escuchando aprendí que se puede contar lo que pasó de tal manera que vuelva a ocurrir cuando uno lo cuenta, y que uno pueda escuchar ese remoto trueno de los cascos de los caballos, y que uno pueda ver sus huellas en la arena, aunque el suelo sea de baldosa o madera.
Y aquel hombre, para decir la verdad, mintió que él había recorrido las praderas ensangrentadas, después de una batalla, y había visto los muertos. Y uno de los muertos, dijo, era un ángel. Un muchacho bellísimo, con la vincha blanca roja de sangre. Y la vincha decía: «Por la patria y por ella», y la bala había entrado en la palabra «ella».
SOBRE MI PRIMER DESAFÍO EN EL ARTE DE NARRAR
El pueblo boliviano de Llallagua vivía de la mina, y la mina devoraba a sus hijos. Metidos en los socavones, las tripas de las montañas, los mineros perseguían las vetas de estaño y en esa cacería perdían, en pocos años, los pulmo- nes y la vida. Yo había pasado un tiempito ahí, y me había hecho algunos amigos. Y había llegado la hora de partir. Estu- vimos toda la noche bebiendo, los mineros y yo, cantando tristezas y contando chistes, a cual más malo. Cuando ya estábamos cerca del amanecer, cuando poco faltaba para que el chillido de la sirena los llamara al trabajo, mis amigos callaron, todos a la vez, y alguno preguntó, o pidió, o mandó:
–Y ahora, hermanito, dinos cómo es la mar.

Yo me quedé mudo. Insistían: –Cuéntanos. Cuéntanos cómo es la mar.
Ninguno de ellos iba a verla nunca, todos iban a morir temprano, y yo no tenía más remedio que traerles la mar, la mar que estaba lejísimos, y encontrar palabras que fueran capaces de mojarlos.”7
“Contar lo que pasó de tal manera que vuelva a ocurrir”, “escuchar ese remoto trueno de los cascos de los caballos, y que uno pueda ver sus huellas en la arena, aunque el suelo sea de baldosa o madera”, “traerles la mar”, “palabras que fueran capaces de mojarlos” son frases maravillosas, sumamente elocuen- tes para hablarnos de esa maravilla que produce la narración. Suspensión del tiempo, viaje en el espacio, compasión o empatía frente a los personajes, imaginación trabajando a pleno, sentidos activados, sanación interior, identificación, pertenencia.
Boni Ofogo también tiene algo que decirnos al respecto:
“El acto de contar cuentos es un fenómeno comunitario que adquiere una categoría ritual. Los seres humanos necesitamos actos rituales, porque a través de ellos nos reafirmamos en nuestra condición de miembros pertenecientes a un mismo grupo, a una misma sociedad”.8
Narrar, entonces, es temblar ante el fulgor de la palabra, es estremecerse junto a otros por el poder de las historias, es interpretar el destino de los personajes, es arrullar con la voz el alma al oyente; es el arte de invocar y convocar, desde nuestra más primaria necesidad de ritualismo, la magia de comunicarnos.
7.-Aprendizaje, desafío y viaje de las palabras, Eduardo Galeano: http://www.jornada.unam.mx/2009/09/30/opinion/a03a1cul
8.-Boniface Ofogo, op. cit.
Bibliografía
Bovo, Ana María. Narrar, oficio trémulo, Buenos Aires, Atuel, 2002.
Bettelheim, Bruno.
Psicoanálisis de los cuentos de hadas, Buenos Aires, Barcelona, Biblioteca
de bolsillo, 2005.
Galeano, Eduardo.
Espejos: una historia casi universal, Buenos Aires, Siglo XXI, 2008. Lluch, Gemma. Cómo analizamos relatos infantiles y juveniles, Buenos Aires, Norma, 2005.
Ofogo Nkama, Boniface. Una vida de cuento, Madrid, Ministerio de Educación y Ciencia, Direc- ción General de Educación, Formación Profesional e Innovación Educativa, Secretaría General Técnica, 2006.
Padovani, Ana. Escenarios de la narración oral, Buenos Aires, Paidos, 2014.
Padovani, Ana. Contar cuentos, de la práctica a la teoría, Buenos Aires, Paidos, 2007.
Petit, Michèle. Leer el mundo, Buenos Aires, FCE, 2015.
Rossell, Joel Franz. Literatura infantil: un oficio de centauros y sirenas, Buenos Aires, Lugar Edito- rial, 2001.
Soriano, Marc. La literatura para niños y jóvenes, Buenos Aires, Colihue, 1999. Weinschelbaum, Lila. Por siempre el cuento, Buenos Aires, Aique, 1997.
En línea:
El cuento de tradición oral y el cuento literario, Pamela Morote Magán, Universidad de Valen- cia. www.cervantesvirtual.com.
La página de Pep Bruno, www.pepbruno.com
Aprendizaje, desafío y viaje de las palabras, Eduardo Galeano.
http://www.jornada.unam.mx/2009/09/30/opinion/a03a1cul
7

El narrador oral y la imagen


Ana María Oddo
Mayo/2020

Introducción

Aunque es un lugar común, no deja de ser cierto que esta pandemia ha provocado una crisis mundial con pocos antecedentes en la historia de la humanidad. Podemos afirmar que ninguno de los que hoy habitamos la Tierra ha vivido jamás algo igual. Podemos afirmar también que, como todas las crisis, esta que nos ha tocado nos ofrece la posibilidad de vivirla como una desgracia o como una oportunidad. Entre otras cosas, oportunidad de mirarnos a nosotros mismos, buscar nuestra esencia como individuos y como seres sociales, es decir, como la persona que somos. Recordemos que los antiguos romanos llamaban ‘persona’ a la máscara con que el actor se presentaba ante el público. ¿Y qué es una máscara? Algo que muestra una parte y oculta otra. De modo que eso somos las personas: seres humanos construidos en función de su entorno social ante el cual muestran algunos aspectos de sí mismos y ocultan otros. Junto a los otros y frente a los otros nos vamos constituyendo, potenciando nuestros recursos, adquiriendo modalidades,  puliendo aspectos que no nos ayudan en el intercambio social. Se puede decir que esto mismo se aplica al narrador/a oral. Por su condición de comunicador necesita de un entorno  social (público, comunidad) frente al cual trata de desplegar sus capacidades histriónicas o, en el mejor de los casos, su arte. Pero es aquí justamente donde creo que debemos detenernos y analizar nuestro ser narrador. Para ello debemos comenzar por respondernos tres preguntas clave: ¿Por qué soy narrador/a? ¿Para qué narro cuentos? ¿Qué aspiro a dar de mí en el acto de narrar un cuento?

Condicionados por estos tiempos extraños que nos toca transitar, los narradores/as orales también nos vimos empujados a modificar ciertos hábitos. Estamos acostumbrados a presentarnos en lugares diversos: escuelas, teatros, bares, bibliotecas, plazas, en escenarios más grandes o más chicos,  pero que siempre  nos exceden en mucho. Algunos cuentan con iluminación específica, otros no. A veces actuamos solos y otras muchas junto a nuestros compañeros narradores. Y siempre tenemos a nuestro público (alumnos, espectadores, transeúntes) ante nosotros. En general hemos aprendido (o estamos en proceso de aprender) a pararnos frente a ellos, a situarnos en el espacio, a negociar con las luces, los micrófonos, la proyección de la voz. Pero todo eso cambió radicalmente. Muchos de nosotros, que hemos resignado muchas cosas en esta cuarentena pero no nuestro deseo de comunicación, optamos por grabarnos en videos para distribuir en las redes. Fantástica idea. La tecnología a nuestro servicio y con ella la posibilidad de llegar a todos, pero en especial a los que están más solos, más aislados. Pero (ya el lector se imaginaba que aquí venía el “pero)” resulta que, para cumplir con sus requisitos, todos esos hábitos antes mencionados y que venían constituyendo casi una subcultura (con códigos y usos propios) deben ser modificados drásticamente. El espacio se nos reduce enormemente: ahora se limita exclusivamente al cuadro de la pantalla de nuestro teléfono/cámara frente al cual estaremos siempre solos, sin el apoyo o intercambio con nuestros compañeros. Las luces serán simplemente las de nuestra casa, lo mismo que los decorados o entornos. El volumen de sonido que lograremos será el que nuestro celular permita como así también la definición de la imagen. Y aquí entramos de lleno en el tema de este artículo: la imagen, nuestra imagen.

I.              la imagen visual

La palabra ‘imagen’ viene del latín ‘imago’ que significa ‘retrato, copia, imitación’.
Cuando nos presentamos ante la mirada de los otros, todo lo que mostramos habla de nosotros, nos dice: aspecto físico, vestuario, modo de caminar, de gesticular, de mirar.  Con todos esos elementos damos a los demás el material con el cual construirán la imagen de nosotros, nuestros retrato, una copia de lo que somos. En la pantalla del celular nuestra figura ocupa un lugar central, preponderante y por lo tanto todos los detalles se agigantan, se ven mucho más. La seguridad o imprecisión se revela en la mirada,  la armonía con la historia que estamos contando se refleja en la tensión del rostro, en los gestos; el vestuario puede favorecer o atentar contra el contenido del cuento, puede mostrarnos con naturalidad o dar la impresión de artificiosidad e incluso, lo que es terrible, distraer al espectador. En el caso del video, a eso hay que sumar el encuadre (¿aparecemos en el centro de la pantalla, a un costado, muy arriba, muy abajo?), la luz (si estamos iluminados, si se proyectan sombras sobre nuestro rostro), el volumen de nuestra voz y la ubicación de la cámara: si nos tomamos muy de abajo, muy cerca, muy lejos, muy de costado, muy reclinados hacia atrás, muy inclinados hacia delante, etc. Todo eso tiene connotaciones diferentes e influyen en el receptor. Hace que se sienta atraído y predispuesto a escucharnos o que abandone rápidamente el video que tanto trabajo nos costó realizar.
Por esa razón nos vemos obligados a aprender no solo de narración oral, que es el centro de nuestro interés, sino también de tecnología y hasta nociones rudimentarias de cine y edición.


II.            La palabra

También lo que decimos habla de nosotros. No todos los narradores podemos contar todos los cuentos. Hay cuentos que elegimos y cuentos que nos eligen. Hay cuentos que nos conmueven y se impregnan en nosotros. De ahí a contarlos hay un solo paso. Hay cuentos que nos atraen pero nos presentan escollos a la hora de transformarlos a la oralidad y nos demandan un trabajo más intenso. En cualquier caso no es arbitraria la elección del cuento y dice sobre nosotros tanto como sobre la historia misma.

No menos importante es el cómo, cómo decimos lo que decimos: entonación, vocabulario, sintaxis. No suena igual ni promueve la evocación de la misma manera decir: “Mi mamá cocinaba batatas al horno” que decir: “Batatas al horno hacía mi madre”. En el primer caso la sintaxis es más común, más esperable. Usar la palabra ‘mamá’ y colocarla al principio nos lleva directo a ese personaje. En el segundo caso la evocación es atraída  por el objeto ‘batatas al horno’ que al aparecer en primer plano guía nuestra atención hacia él con las connotaciones de fragancia, sabor, color, y, por lo tanto nos propone un proceso más rico, más sugestivo. Invita a la participación del lector-oyente en forma más activa que en el primer caso. La frase “mi mamá” implica una relación íntima, consumada. “Mi madre” sugiere una búsqueda, un cierto distanciamiento. Por otra parte,  una sintaxis de períodos largos, de largas aclaraciones intercaladas, demora la acción. Y sabemos que lo central en la narración de un cuento es la acción: ni comentarios, ni opiniones, ni explicaciones ni aclaraciones sino hechos. Todo esto impacta en quien recibe el mensaje, lo involucra de una forma o de otra y provoca actitudes de adhesión, indiferencia o rechazo, aunque no pueda explicárselo conscientemente.


III.         Sugerencias

Como todo aprendizaje, hacerse consciente de estos elementos es un proceso que nos exigirá tiempo, dedicación y compromiso. Pero dentro de ese proceso hay dos momentos fuertes: observación y reflexión.
Observación: ya que contamos con los videos propios, de nuestros compañeros y de tantos narradores, dediquemos un tiempo a observarlos con atención:
-encuadre
-enfoque
-postura corporal
-iluminación
-sonido
-vestuario: tipo, colores, elementos destacados, accesorios.
-maquillaje (adecuado, excesivo, artístico, etc.)
-entorno: qué se ve alrededor (contribuye al clima del cuento, es indiferente, hay desorden, prolijidad, colores, adornos excesivos o moderados, etc.)
 -uso del lenguaje:
-verbal (claro, confuso, vocabulario y sintaxis adecuada a la historia y destinatarios,  etc.)
-no verbal (gestualidad, entonación, ritmo)

Reflexión: observar atentamente qué efecto nos produce aquello que vemos y escuchamos. ¿Nos emociona, nos atrae, nos causa gracia, moviliza sentimientos, recuerdos, sensaciones? ¿Por qué?

Es cierto que el análisis demasiado minucioso sobre un producto artístico puede conducirnos a una trampa: caer en la tentación de pensar que siguiendo un instructivo se pueden resolver todas las dificultades.  Sabemos que no es así. Sabemos también que la narración oral es espontaneidad, comunicación en un aquí y ahora, intercambio con el público.  Y aquí surge una inevitable pregunta: ¿cómo manejar entonces ese margen de improvisación que la oralidad tiene?
Justamente ese es el espacio más escurridizo, sobre el que no podemos dar recetas. “Oficio trémulo” lo llama Ana María Bovo, “lo incapturable”, dice Rubén Szuchmacher. Es allí donde se pone en juego y se despliega la persona que somos, donde la máscara muestra mucho más de lo que esconde, donde la imagen dice y nos dice.  Tal vez un primer acercamiento a esta resbaladiza cuestión es plantearnos la diferencia entre contar un cuento y tener algo que decir.

Estoy absolutamente convencida de que es necesario estudiar, conocer, saber mucho, investigar, para que ese conocimiento se convierta en nuestra verdad íntima, para construir la base del iceberg y después, sintiéndonos sostenidos por ese bagaje, ser capaces de bailar en puntas de pie sobre la cima.


Conclusión

Cuidar nuestra imagen frente al público se hace más importante en estos tiempos en que la presencia física ha sido reemplazada por la presencia mediada por el video. Esto nos obliga a aprender técnicas que no hacen a la esencia de nuestro oficio pero que lo vehiculizan y pueden colaborar o atentar contra el hecho comunicativo que buscamos. La mejor forma de aprender, en nuestro caso, consiste en observar y reflexionar no para desvalorizar lo ya hecho sino para ir superándonos cada vez, buscando el tono, el gesto, la mirada, la palabra que mejor transmita lo que queremos comunicar.  Estudiar para aprender. Investigar para sacar la veta artística que habita en nosotros. Dejarnos tomar por la historia elegida para que podamos contarla con todo nuestro ser, involucrando en nuestra imagen (cuerpo y palabra) la persona que somos.


Regalito de despedida: Hace un tiempo escribí un poemita destinado al oficio de poeta pero válido para todo trabajo de creación:

Intemperie
Hay que saber que en este oficio
todo es intemperie
desnudez
toda máscara revela
la verdad inexorable.
No habrá ropaje que resista
ese temblor
ese nacerse limpio
ese resplandor de blancos huesos
esa voz  que te murmura.

Cuentos en casa

En este tiempo de pandemia decidí crear un canal de You Tube para difundir cuentos breves. Convoqué a un grupo de alumnos y amigos narradores. Todos aceptaron con alegría y generosidad. En abril de 2020 salió el primer video. Ya tenemos siete capítulos y vamos por más. Aquí el quinto.

https://www.youtube.com/watch?v=Jvqad44XySY&feature=share&fbclid=IwAR0EwP0o9pN4hLGM10qj-o04FVeZRHe5pqvInwCNxdFOVl6iVt0-85ws-y0

lunes, 11 de mayo de 2020

El poder de las historias


https://youtu.be/mWFqtxI4NKM

Ver el video y responder:
-¿qué es lo que más te llamó la atención?
-¿en qué consiste para este narrador el poder de las historias?
-¿en qué aspectos este video te motiva o te inspira?